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EL DIÁCONO PERMANENTE: IDENTIDAD, FUNCIÓN Y PROSPECTIVAS
Preparado y presentado por
S.E.R. Mons. Roberto O. González Nieves, O.F.M.,
Arzobispo Metropolitano de San Juan de Puerto Rico
19 de febrero de 2000
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El Diácono Permanente: identidad, función y prospectivas
Salutación: Pax et bonum.


Hermanos en el diaconado, amémonos los unos a los otros para profesar unánimes nuestra fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo: la Trinidad consubstancial e indivisible (Saludo de la Paz, Liturgia Bizantina).
La paz esté con ustedes.
"¡Que alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén" (Sal. 122 [121], 1).
Hemos venido en peregrinación a celebrar el Gran Jubileo del Año 2000. Se han completado 2000 años de la encarnación del Hijo de Dios. Él es la puerta que se abre hacia el tercer milenio. La puerta por donde pasa la Iglesia hacia el Reino futuro: Hoy es el día de salvación. "Este es el día que hizo el Señor; alegrémonos y regocijémonos en él" (Sal. 118 [117], 24).
El Jubileo es el "Año de Gracia" en que se purifica y se renueva nuestro corazón. ¡Acerquémonos, diáconos todos! Vamos a purificarnos en las aguas abundantes que manan del templo. Dejemos que el Señor ilumine nuestros rostros para proclamar con júbilo que Jesús es el Cristo, el Señor. Pidámosle que infunda en nosotros el Espíritu Santo para salir de este lugar sagrado anunciando el Evangelio. ¡Cristo ayer! ¡Cristo hoy! ¡Cristo siempre! ¡Es eterno su amor! ¡Viva Cristo!
Él, que nos llamó personalmente al ministerio del diaconado, hoy nos llama a participar de la renovación del tiempo y de la historia: es este el tiempo de reconciliación. Es esta la historia de salvación. El amor que todo lo sana tiene que prevalecer entre nosotros. Animados con ese espíritu, entremos en materia.Por lo tanto, nos preguntamos: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos?

Marco Teológico

¿De dónde venimos? Me parece que para comprender mejor la particularidad del ministerio del diácono en la Iglesia, conviene repasar primero algunos puntos sobre el misterio de la sacramentalidad del ministerio apostólico, ya que es dentro de este ministerio que encontramos el diaconado. Es decir, mis observaciones acerca de El Diácono Permanente: su identidad, funciones y prospectivas se fundamentan en la naturaleza apostólica del diaconado. El ministerio del diácono, aunque diferente esencialmente del ministerio sacerdotal y episcopal, es junto a estos, una expresión de la apostolicidad de la Iglesia.

El Diaconado Permanente: identidad

El Laicado y el Diaconado

¿Qué somos? La constitución Lumen gentium del Concilio Vaticano II, en su número 33 dice: "Los laicos reunidos en pueblo de Dios y formando el único Cuerpo de Cristo bajo la única cabeza, están llamados todos, como miembros vivos, a contribuir al crecimiento y santificación incesante de la Iglesia con todas sus fuerzas, recibidas por favor del creador y la gracia del Redentor" (Lumen gentium 33).
En las últimas décadas el laicado ha tomado gran ascendencia en la Iglesia. Después de las definiciones del Concilio Vaticano I sobre el Papado y sobre el Episcopado en el Concilio Vaticano II, ha surgido un llamado del mismo Vaticano II al laicado, no sólo como objeto de especulación teológica y como partícipe en el apostolado jerárquico de la Iglesia (SS Pío XI) sino como miembro de la Iglesia con una misión evangelizadora en el mundo. A fines del primer milenio ya había decaído el diaconado de occidente y en muchos lugares existía solamente como un paso al presbiterado. Vemos que el Concilio Vaticano II exhorta a todos los fieles a contribuir al crecimiento de la Iglesia.
Hoy por hoy, esparcidos por el mundo, seglares de ambos sexos, como ministros extraordinarios, administran la comunión dentro y fuera del templo; leen desde el ambón, cantan y dirigen la música, anuncian las peticiones de la Oración Universal y hacen todo tipo de moniciones durante la liturgia. Hay laicos y personas de vida consagrada que son cancilleres diocesanos, que administran parroquias, y que están a cargo de las caridades diocesanas. En algunos lugares de misión hay religiosas que bautizan solemnemente y otros religiosos y laicos son testigos oficiales del sacramento del matrimonio. En una palabra, esto y mucho más indica que ha llegado la hora en que los laicos participen más plenamente en la Nueva Evangelización.

Resurge el Diaconado en occidente

Las necesidades pastorales de la Iglesia han movido al Papa y a los Obispos a contar más y más con los laicos y personas de vida consagrada para ser auxiliares extraordinarios en su función de enseñar y de santificar. Pero he aquí que en tan interesante momento y sin quitarle el gran mérito a estos ministros laicales, el Concilio Vaticano II restaura el diaconado como ministerio ejercido en forma permanente en la Iglesia. Y surge la pregunta: ¿Por qué se quiere resucitar el diaconado cuando todo lo que hace un diácono lo hace igualmente un laico? El franciscano inglés del siglo XIV William of Ockham enunció la famosa y conocida "navaja de Ockham" (Quodlibeta n. 5. 9.1, art. 2, ca. 1324)) que llama a la cordura y desecha la extravagancia y dice así en latín: "entia non sunt multiplicanda sine necessítate"; en otras palabras: ¿Para qué complicar lo que es simple? Bajo esa óptica, la restauración del diaconado en la Iglesia latina parece una verdadera duplicación de ministerios que ya están en función y que dan buen resultado.
Los escolásticos nos dicen que "el ser precede al hacer". Nadie hace lo que no puede y ni dá lo que no tiene. Tal parece que el "ser" laico contiene la potencialidad como laico de hacer todo lo ya mencionado (y más). Por tanto, nos preguntamos: ¿Qué añade la ordenación diaconal al laico? ¿Por qué dar la ordenación que imprime carácter sacramental para un oficio que aparentemente no necesita de la ordenación ni del carácter? Estos argumentos siguen la lógica del mundo de los negocios que es el pragmatismo.

Se trata de un misterio

El Señor dice que "los hijos de este mundo son más astutos que los hijos de la luz" (Lc. 16, 18). Él alaba la previsión de los negociantes, no sus métodos. Pero aquí se trata de un misterio y no de un negocio. Se trata de un misterio, de un sacramento. Por lo tanto, parece que, lo que hace el diacono no es idéntico a lo que hace el laico, ciertamente no, en el orden de la gracia.

Diaconado, presbiterado y laicado

Hoy llega el diaconado, no como sustituto del presbiterado, no como amenaza al laicado, sino como heraldo: ¡ángel del ????????????, es decir de la anunciación. Otro Gabriel que anuncie la Buena Nueva de Salvación! "El Espíritu Santo descenderá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc. 1, 35). La imposición de manos crea al diácono como ministro ordenado, que, sin ser sacerdote, no es laico, sino clérigo; y que, sin ser laico no es sacerdote, pero sí está ordenado y no es Obispo. El diácono participa en el ministerio apostólico de la Iglesia que es el encuentro con el Señor. Por la ordenación diaconal s entra al estado clerical (Canon 266).
Cuando Gabriel anunció a María, la Madre de Dios dijo: "¿Cómo puede ser?" Lo dijo no por que no lo creyera, sino por que no entendía. Cuando el ángel le replicó, no le dio largas explicaciones, no pronunció una conferencia. Ella reaccionó sin otra conferencia. Solamente dijo: Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí, lo que has dicho"(Lc. 1, 35). Cuando los padres conciliares restauraron el diaconado en la Iglesia de Occidente, fue animados con la fe de que la Iglesia necesita ese ministerio apostólico enmarcado como ya lo hemos visto, entre el laicado y el presbiterado, como un brazo que le faltaba al obispo. El diaconado no viene como prótesis, no como miembro artificial, sino como brazo apostólico vivo por cuyas venas corre la sangre de Cristo-Siervo, el Hijo de la sierva del Señor.
Al decreto conciliar responde el diácono.!Aquí estoy: envíame! (IS 6,8) Responde porque cree que se cumplirá lo que el Concilio ha establecido. Pues, si falta una teología definitiva del diaconado, no falta la fe en su realidad revelada. El diaconado continúa la misión con Cristo por medio del maravilloso encuentro entre Dios y el ser humano en el sacramento.
Como hemos visto, la institución del diaconado se remonta al Nuevo Testamento. Todos conocemos al Protomártir, al Protodiácono San Esteban. San Lucas nos dice en los Hechos de los Apóstoles que éstos impusieron las manos sobre "siete hombres de buena fama, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría" para que atendieran las necesidades de las viudas de habla griega. Ellos eran de habla griega también y libraron a los apóstoles de las preocupaciones temporales para que se dedicaran mejor a la oración y a la predicación (Hc. 6, 3).
La palabra diácono viene del griego ???????? (diakon?a) que en dos de sus formas, se emplea unas cien veces en el Nuevo Testamento queriendo significar ministerio/ ministro unas veces y servicio/siervo en otras (John N. Collins, Diakonia, Oxford University Press, 1990, pag. 3).
En los primeros años de la Iglesia vemos como el diaconado fue emergiendo. San Pablo en su carta a los Filipenses, escrita alrededor del año 57, hace referencia a los diáconos como orden en la Iglesia (Fil. 1, 11). También él habló con detalle sobre los diáconos en su primera carta a Timoteo (1Tim. 3, 8-10, 12-13).

Una ayuda sacramental única

Como San Esteban, el protomártir que predicó ante el sanedrín, y San Felipe, que catequizó al eunuco etíope, los diáconos desde el inicio no se dedicaron únicamente al servicio de la mesa. El Orden Sagrado consagra al diácono al ministerio del encuentro con Cristo Siervo dentro de ciertos marcos. "El diácono recibe el sacramento del orden para servir en calidad de ministro a la santificación de la comunidad cristiana en comunión jerárquica con el obispo y con los presbíteros. Al ministerio del Obispo y subordinadamente al de los presbíteros, el diácono presta una ayuda sacramental, por lo tanto intrínseca, orgánica e inconfundible. Resulta claro que su diaconía ante el altar, por tener su origen en el sacramento del orden, se diferencia esencialmente de cualquier ministerio litúrgico que los pastores puedan encargar a los fieles no ordenados. El ministerio litúrgico del diácono, también se diferencia del mismo ministerio ordenado sacerdotal" (Directorium, N.28; Lumen Gentium, 29). El diácono no es sacerdote, su oficio es el de servir.
San Ignacio de Antioquia escribe (ca. A.D. 105) "Diáconos de los misterios de Jesucristo... no son (ustedes) ministros de comidas y bebidas, sino servidores de la Iglesia de Dios" ( Ad Trall. III.1).

El diaconado: funciones

El ministerio diaconal es triple. El diácono se ordena al ministerio de la palabra, la liturgia y la caridad. Ministerio triple porque en el hacer del diácono, como persona que es, esos tres oficios son concéntricos. Quiero decir, que giran en torno a Cristo Siervo como a su centro en la persona del diácono. No se traza una circunferencia sin designar su centro primero para allí apoyar el compás. El centro define la circunferencia, como Cristo Siervo define el triple ministerio diaconal.

MINISTERIO DE LA PALABRA

El Episcopado y el Diaconado

El Concilio Vaticano II, al tratar del episcopado como cumbre del orden sagrado (y no sólo como su plenitud), lo coloca como centro de la vida de la Iglesia local. Los presbíteros y los diáconos son sus dos brazos con distintas funciones.
Durante la Oración Consecratoria de la Ordenación Episcopal, dos diáconos sostienen a los Santos Evangelios abiertos sobre la cabeza del ordenando. Terminada ésta y luego de haber ungido con el Santo Crisma la cabeza del nuevo Obispo, el consagrante principal toma el Evangelio, lo entrega al nuevo Obispo con estas palabras: " Recibe el Evangelio, y anuncia la palabra de Dios con deseo de enseñar y con toda paciencia" (Oración Consecratoria, Ordenación de Obispos, España).
El Espíritu Santo del cual el crisma es signo, es la fuerza vital que dinamiza la palabra del Evangelio que el nuevo Obispo va a predicar, porque, así como el Padre se manifiesta en este mundo por el Hijo, lo hace el poder de la vida divina, que es el Espíritu Santo. El nuevo Obispo, a quien Cristo ha llamado por su nombre, lleno del Espíritu Santo como los santos apóstoles en el día de Pentecostés, sigue sus huellas y sale a anunciar la Buena Nueva a un mundo moribundo que espera la palabra vivificadora.
Según el rito de la ordenación al diaconado, el primer aspecto del ministerio diaconal, es el ministerio de la palabra. Después de haber invocado sobre los ordenandos " el Espíritu Santo", continua el Obispo orando, "para que fortalecidos con tu gracia de los siete dones desempeñen con fidelidad su ministerio" (Oración Consecratoria, Ordenación de Diáconos, España). Una vez revestidos de estola y dalmática, reciben de manos del Obispo uno a uno, los Santos Evangelios, con estas palabras: "Recibe el Evangelio de Cristo del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado" (Ritual de Ordenes, España).
Es importante notar el paralelismo entre los dos ritos de ordenación, la episcopal y la diaconal, en lo que respecta a la entrega de los Evangelios. En ambas se confiere el Espíritu Santo para que inflame la predicación del Evangelio. No es esta una simple coincidencia. Aquí se muestra la unidad del sacramento apostólico. En las ordenaciones episcopales, presbiterales y diaconales de rito bizantino se utiliza el mismo (idéntico) texto consecratorio para las tres, haciendo las inserciones de las palabras "obispo", "presbítero" o "diácono" según aplique. Ya nos habíamos referido al misterio de la sacramentalidad del ministerio apostólico, cuyo punto de partida es la continuación de la misión de Cristo. El Obispo, sucesor de los apóstoles, tiene el oficio de anunciar el Evangelio. Los presbíteros comparten ese oficio con el Obispo. Pero los diáconos, quienes no reciben la ordenación al sacerdocio, en la ordenación diaconal reciben también como ministros de Cristo Siervo, el oficio de predicar el Evangelio y de anunciarlo en al asamblea. Es más, el diácono ha de convertirlo en fe viva, enseñarlo y cumplirlo.
Así como el episcopado es la plenitud del sacerdocio, también es la plenitud del diaconado. En días señalados, en la Eucaristía, el Obispo lleva dalmática debajo de la casulla, y en la Misa de la Cena del Señor hace el lavatorio de los pies en dalmática, como Cristo diácono.

La Palabra de Dios en boca del diácono

El ser humano, en el orden del crecimiento, en la evolución sicobiológica, al nacer, primero tiene que respirar para seguir viviendo. Más tarde, ha de estar vivo cuando piensa. Pero, para comunicar el pensamiento, es menester hablar y, para hablar tenemos que estar vivos y respirando. Sin el aliento vemos que no sólo no hay vida, si no que sin el aliento no hay habla: no se puede retener la respiración y hablar a la vez. La palabra o se pronuncia en el aliento o simplemente no se dice.
En el orden sacramental, la palabra se hace hombre en el Espíritu Santo. La Madre de Dios decimos que concibió "por obra y gracia" del Espíritu Santo. Ella pronunció el Fiat , ¡hágase!, el Fiat que, lleno del Espíritu Santo, anuncia la nueva creación. Concibió María tanto en la mente y en el corazón, como en su seno materno, porque el Espíritu Santo es la vitalidad misma, el Santo Inmortal, el aliento divino sin el que ninguna criatura puede llegar a existir, mucho menos a concebir la palabra de Dios en su mente y llevarla a la boca para predicarla con efectividad. En las alas del Espíritu va la Palabra extendiendo el Reino de Dios hasta que haga nuevas todas las cosas (Apoc.. 21, 5).
Cuando el Obispo ordenante procede a la tradición de instrumentos de la ordenación diaconal, hemos visto que resuenan las palabras "has sido constituido mensajero" del Evangelio de Cristo. El texto latino dice, Accipe Evangelium Christi, cuius præco effectus es... La palabra que aquí llama la atención es la palabra præco. (Conocemos el oficio del pregonero; El diácono por virtud de la ordenación se convierte en præco, pregonero, del Evangelio. El texto castellano lo traduce como "mensajero". El texto inglés lo traduce como "herald". La traducción inglesa es más feliz porque implica un cargo oficial de anunciar. Los apóstoles fueron enviados por Cristo que es la persona que envía y está representada por el mensajero: Shalíah en el Nuevo Testamento que significa que el enviado "re"-presenta al que le envía. El diácono participa de ese oficio.
El diácono, desde el momento de su ordenación ya recibe del Obispo sucesor de los apóstoles el mandato de anunciar el Evangelio. Esto conlleva un cambio en lo más profundo de su ser. En la persona del diácono el soplo del Espíritu Santo se une ahora a su aliento físico para que lo que predique y enseñe no sea mera voz humana. Desde ahora la prédica y enseñanza del diácono ha de ser voz de Cristo, Dios y hombre verdadero.
El modo propio de la actividad diaconal, en virtud del sacramento del orden, ya no es el modo propio laical, tampoco es el sacerdotal. Pero no deja de ser sagrado. Es el diaconal: servidor en Cristo-Siervo. Las palabras de su boca proclaman el Evangelio imbuidas en la gracia del sacramento. El aliento ya no sólo es el físico, es también el espiritual, que está renovando la faz de la tierra de una manera distinta y especial a través del diácono. (Cf. Sal. 51[50], 12-14 y Sal 104 [103], 30).

Formación

Desde el punto de vista meramente humano, para que el diácono sea instrumento en que resuene la palabra de Dios es necesario que reciba formación tanto espiritual como teológica y técnica: las artes de hablar en público, de predicar y de enseñar. Como catequista también debe conocer la Biblia, tal vez no como un profesor, pero sí para poder vivirla y aplicarla a los hechos del diario vivir de los fieles. Ciertamente el ministerio de la palabra lleva la implícita obligación de conocer el Evangelio, de proclamarlo, predicarlo, vivirlo y difundirlo.
El Espíritu de los siete dones que se confiere por la ordenación es el de la sabiduría e inteligencia, el de consejo y fortaleza, el de ciencia, el de piedad y del santo temor de Dios (Is. 11, 2-4). El Espíritu obra sobre la naturaleza humana. Por eso la formación es importante para que los dones encuentren terreno fértil en el diácono.
Es de notar, que muchos diáconos trabajan en la catequesis bautismal y matrimonial. Ahí no se acaba la actividad diaconal. El diácono, ministro de la palabra, encarna esa palabra en sus ministerios de la liturgia y de la caridad.

El Ministerio de la liturgia

El diácono manifiesta por excelencia ante la Iglesia su diakonía cuando la recapitula sacramentalmente en la liturgia. Sus acciones y actuaciones en la liturgia son partes integrales a la misma y no meros adornos. En la liturgia cada cristiano tiene el derecho y el deber de prestar su participación de diferente manera...'Cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y solo aquello que le corresponde'" (SC n.28). Recordemos que la Iglesia y liturgia no son realidades separadas; la Iglesia, tanto en su aspecto local como en su aspecto universal, está presente en la liturgia, que es su sacramento. No hay liturgia sin Iglesia y no hay Iglesia sin liturgia. La Iglesia Universal subsiste y se participa en ella a través de la liturgia. Si somos católicos, miembros vivos de la Iglesia Universal, lo somos por cuanto celebramos y entramos en su realidad plena.
Es muy importante que el diácono conozca su oficio en la liturgia; que tenga inteligencia de las rúbricas y flexibilidad para saber adaptarse a distintas circunstancias, tales como las diferentes interpretaciones de éstas que muchas veces varían de parroquia en parroquia. El diácono es responsable ante la Iglesia, presente en la asamblea de culto, de servir bien, haciendo todo y solo aquello que le corresponde. Allí, en el altar ha de ser portavoz de las plegarias y necesidades de los fieles. Desde allí proclamará al pueblo el Evangelio y se dirigirá al mismo por las moniciones propias de su oficio.

Servir sin presidir: Imitadores de Jesús que "no vino a ser servido, sino a servir" (Mar. 10, 45)

Algunas personas tienen la tendencia de circunscribir la función litúrgica del diácono a los sacramentos del bautismo y del matrimonio y a otras cosas que el diácono "puede" hacer, olvidándose del oficio que define al diaconado, esto es, servir y servir sin presidir, facilitar, y no hacer sombra a los demás ministros. Sirva el diácono a la asamblea y al celebrante y a ministros estando al tanto de todo y de todos, sin que nadie tenga que advertírselo.
El diácono es un "facilitador" tanto dentro como fuera de la liturgia. En las ceremonias "asiste a los sacerdotes y está siempre a su lado; en el altar lo ayuda en lo referente al cáliz y al misal; si no hay algún otro ministro cumple los oficios de los demás, según sea necesario" (OGMR 127). Lo que se dice de la Misa, se dice de todos los ritos de la Iglesia.
Tenga, pues, en cuanta el diácono que, si ha de asistir al celebrante, debe saber bien el "cuándo" y "cómo" y el "por qué" de lo que el celebrante hace o dice en todo momento. Sea el diácono el "brazo derecho del celebrante" con dignidad, humildad y eficiencia. Si no actúa con inteligencia de su oficio se puede decir que estorba, que interrumpe la fluidez de las ceremonias.
Dice la introducción de la edición española de la Ordenación General del Misal Romano España (Andrés Pardo, OSB. Consorcio de Editores, 1978 )que "el verdadero maestro o director de la celebración debe ser un ministro que tenga una función dentro de ella, es decir, debe ser el diácono, quien no debe quedarse en figura decorativa y en mero acompañante del celebrante principal" (Parte Introductoria n.3, Orden General del Misal Romano España).

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